Esta película mexicana comienza con un paisaje desolador pero hermoso: la montaña, el campo más abierto, y un hombre que vive solo en medio de la nada, sin más compañía que sus animales y un puñado de parroquianos que se encuentran religiosamente en el bar de toda la vida. Rafael no hace otra cosa que trabajar la granja y cantar los temas que él mismo compone, mientras se queja de la política de su país con la que no ha tenido franco contacto desde hace mucho.
Cuando Rafael descubre que tiene un avanzado estado de cáncer y no puede costearse siquiera su propio ataúd, adquiere una determinación excepcional de lograr un viejo sueño que nunca había llevado a cabo. Según nos cuenta, hace casi cuatro décadas su mujer lo dejó y él canalizó toda su rabia en la escritura de un guión cinematográfico que se cuenta a partir de doce canciones originales que él mismo ha compuesto. Así, él pretende dejar como último mensaje antes de morir, una película con la historia de su vida. Se ve también reflejado en Raymundo, uno de sus camaradas que también se descubre enfermo; pero en lugar de despertar los objetivos, los apaga. Este le propone a Rafael que deberían suicidarse para no sentir dolor, pero él nada quiere saber con ningún suicidio.
Pero la historia de Rafael y su determinación por cumplir su sueño no es la única que cabe dentro de la narración de Joshua Gil. También es un repaso por la vida política de México en los últimos 50 o 60 años. Las experiencias están narradas por medio de las quejas de los diferentes parroquianos colegas de Rafael y Raymundo. El centro del campo, alejado de las grandes ciudades, y con diálogos en el más cerrado español mexicano, esta parte de la historia se nos hará muy difícil de comprender para los extranjeros. El problema es que la narración va picoteando entre estas dos líneas argumentales, mezclándolas y sin llegar a desarrollar realmente ninguna; al punto que no sabemos bien de qué se trata la película.
Las interpretaciones son inexpresivas hasta lo incómodo. Sospecho que eso no puede ser casualidad, pero no resulta adecuado para una historia de un hombre que cuando sabe que está por morir se apura a buscar el sueño que no pudo cumplir cuando era joven. Una idea como esa debería resultar dramática e incluso conmovedora, pero no llega a transmitirnos nada más que el concepto de un hombre ridículo y hasta patético. Lo mejor de esta película es la belleza visual de los planos del campo, la parte árida y poco conocida de México, lejos del glamour de Cancún y sus playas. Sin embargo, los planos duran excesivamente y se vuelve cansador. Sin ir más lejos, la secuencia inicial nos muestra un único plano por caso 10 minutos.
«La Maldad» plantea una idea interesantísima, pero se queda a mitad de camino a la hora de desarrollarla. La línea argumental política que a veces subyace y a veces es protagonista, está absolutamente de más respecto a la línea principal. No aporta sino al contrario, resta. Los personajes no logran llegar al espectador, y sin una conexión fuerte con las emociones, la lentitud visual no se ve compensada y resulta un exceso.
Tráiler:
* «La Maldad» forma parte de la Competencia Latinoamericana del 30° Festival Internacional de Cine de Mar del Plata.
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