Existen realizadores que dirigen una película y están aquellos que las construyen. Sin lugar a dudas con su más reciente trabajo Shane Carruth se consolidó como uno de los mejores constructores del cine independiente actual.
Ser guionista, director, protagonista, musicalizador, editor y director de fotografía de “Upstream Color” no solo le permitió alcanzar ese merito, sino que también lo convirtió en el único padre de la que es, definitivamente, una de las películas más originales y profundas de los últimos años dentro del género de ciencia ficción.
Hay que agarrar con pinzas la premisa de esta elaborada producción: todo comienza lentamente dentro de un pequeño vivero, donde un trabajador consigue criar dentro de varias plantas un pequeño insecto al cual trata con extremo cuidado, mientras que en el mismo escenario, dos niños juegan con los fluidos del mismo y, por eso, vemos el primer indicio de por qué son tan valiosos.
Después empezamos a seguir los pasos del extraño trabajador quien, a la salida de diferentes bares y locales nocturnos, parece aguardar a la victima perfecta para llevar adelante un plan que incluye a esos pequeños insectos que él mismo se encargó de cultivar.
A partir de ahí nos volvemos testigos privilegiados de lo que podría considerarse un acto de magia, que si bien es utilizado para cometer un delito, no deja de ser llamativo y extraordinario.
Sin embargo la mayor sorpresa no dice presente hasta que dejamos de lado el “modus operandi” de nuestro trabajador y nos concentramos en la victima y su difícil proceso de “rehabilitación” que, necesariamente, exige la aparición de un nuevo personaje. Quizás el más interesante, poderoso, gris y cruel de todo el relato.
Hasta este punto podemos llegar, ya que con la aparición de “el coleccionista”, la película empieza a desplegar su mayor virtud y se expande en una serie de relatos paralelos completamente encadenados entre sí que chocan inequívocamente en el único y certero camino por el que se inclinó Carruth: el drama.
Esa elección de llevar las riendas de esta fantástica y conmovedora historia por los vaivenes de ese género y combinarlo también con fuertes dosis de suspenso y romanticismo, convierte a “Upstream Color” en un experimento cinematográfico contundente y certero a la hora de revolucionar los sentidos y la imaginación del espectador.
Revolución que sería imposible de concretar sin la fotografía de altísimo vuelo técnico y la perforadora y apabullante banda sonora que toman un rol importantísimo una vez que Carruth decide darle rienda suelta al relato sin dar demasiadas explicaciones, ya que la ambición a la que aspira, se percibe y se comprende sin problemas.
Los trabajos de Amy Seimetz, Andrew Sensenig y el mismísimo Carruth son correctísimos durante la primera mitad del film, pero comienzan a volverse trascendentales a medida que desaparecen las palabras y las respuestas sobre aquello que sucede en la pantalla y la película se transforma en una experiencia visual y sonora de altísimo impacto donde solo rigen las expresiones y las formas.
Todo empieza a convertirse en un verdadero espiral sensorial que traspasa la pantalla y logra sensibilizar al espectador volviéndolo parte de un círculo donde todo adquiere sentido y peso propio, de forma personalizada, según el modo con el que se perciba este aluvión de ideas y sensaciones perfectamente orquestadas y disparadas por Carruth en el tramo final.
Por ese motivo repito y reacomodo mis palabras: “Upstream Color” no solo se erige como una de las películas más frescas y originales que en mucho tiempo pudo ofrecer el género dramático combinado con el de ciencia ficción, sino que se posiciona de forma inamovible como una de las experiencias más hermosas, emocionantes y abrumadoras que todo cinéfilo debería atravesar.
Calificación:
Trailer:
ramos.facundo@revistatoma5.com.ar
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