Daniel Burman se esta convirtiendo en un director notablemente prolífico, algo inusual en nuestro país, casi siempre por razones presupuestarias, y cabe destacar que en su décimo largometraje continua planteándose interrogantes que a todos nos afectan.
La ausencia, y sus múltiples repercusiones, son el tema central de «El Misterio de la Felicidad», una melancólica, sensible comedia que retrata con inteligencia el delicado proceso entre un ciclo y otro en la vida. Santiago y Eugenio, encarnados por el incomparable Guillermo Francella (el grado de empatía y la risa instantánea que genera con solo salir en pantalla es abrumador) y Fabián Arenillas, son amigos desde el secundario y son dueños de una exitosa tienda de electrodomésticos. Su vínculo es simbiótico, mimético: hacen juntos todas sus actividades cotidianas, desde desayunar hasta ir al hipódromo, y se comprenden a la perfección. Un día, sin previo aviso, Eugenio se esfuma, y Santiago se vera obligado a lidiar con el enorme cráter que este hecho deja en su existencia. Y no es el único damnificado, la mujer del prófugo, Laura (Inés Estévez en una formidable actuación de regreso tras su prematuro retiro), queda en un estado deplorable. Este inesperado dúo se vera forzado a componer una sociedad en doble sentido: para manejar la empresa y para llevar adelante la investigación, asesorados por un extravagante detective armenio interpretado por Alejandro Awada, el cual remite a algunos personajes secundarios del Woody Allen más irreverente.
La pesquisa será la excusa ideal para que estas dos almas solitarias, abandonadas y tristes se acerquen lentamente. Y es en este punto donde Burman consigue su mayor éxito, logrando que la relación se desarrolle de forma verosímil, con necesidades expresadas violentamente, con cruces y diálogos livianos, sin peroratas filosóficas. El único aspecto que se puede objetar es que, con el cumulo de experiencia adquirido en su carrera, con un estilo visual definido y un manejo de actores y de climas consumado, la película carezca de la audacia para resultar mas punzante. Están todos los elementos sobre la mesa, pero un poco mas de riesgo no hubiese mermado su atractivo comercial, por contrario, le hubiese permitido despegar hacia diferentes horizontes.
Hay una gran escena en la cual Sergio pasa un domingo comiendo un asado en la casa de Rafael Calzada del sereno del local, y todo fluye con naturaleza, y agradecemos ese pequeño desvió, esa pieza mas para intentar resolver el enigma presentado en el titulo del film. Algo que no tiene una respuesta única, y que cada uno debe buscar la propia.
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Por Gonzalo Fernandez
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