Londres. Corre la década del cuarenta con Europa asediada por la Segunda Guerra Mundial cuando la directora Jean Hogg (Helen McCrory) junto a la profesora Eve Parkins (Phoebe Fox) deciden llevar al grupo de niños que tienen a cargo a las afueras de la ciudad, más precisamente a una casa situada en el medio del campo conocida como Eel Marsh.
Las dos mujeres están a cargo de una clase de ocho chicos completamente huérfanos y a los cuales tratan de cuidar al mismo tiempo que intentan continuar educándolos hasta que una serie de hechos fuera de lo común comienzan a ocurrir. Edward es el último de ellos en sumarse a ellos justo antes de tomar el tren y la reciente pérdida de sus padres será el componente perfecto para que la mujer de negro lo invada.
La historia cuenta que, tiempo antes de que la propiedad fuese abandonada, una madre había visto morir a su hijo desde la ventana de la casa sin la posibilidad de hacer nada para evitarlo. Aquella señora había concebido al niño con un hombre ya casado y en el marco de la época le había sido arrancado de sus brazos, nunca pudiendo recuperarlo y siendo criado por la esposa de aquel que la había dejado embarazada.
Desde entonces, su espíritu no descansaba en paz esperando, en cierta forma, el momento para cobrar su venganza y un grupo de escolares con las dos mujeres a cargo parecieron ser las víctimas perfectas para sufrir las consecuencias y teniendo que atravesar un estadía en dicha residencia que parecería interminable.
Situada en el mismo lugar de los hechos que su precuela del año 2012, en aquel entonces protagonizada por Daniel Radcliffe y dirigida por James Watkins, el largometraje en este caso a cargo de Tom Harper deja bastante que desear. Comenzando por la selección de sus protagonistas bastante evidente y sin ninguna figura o actor de renombre ni con experiencia reconocida que pudiese aportar a lograr un mejor resultado.
Además, si bien el papel de Jeremy Irvine es el más destacable y logrado de todos, la incorporación de su personaje conocido como Harry Burnstow es totalmente forzado. Así también sucede con la casualidad de que allá una base militar ficticia en las cercanías de la mansión de Crythin Gifford, teniendo en cuenta que este hombre es piloto de la Real Fuerza Aérea.
La música y la forma de tomar las escenas también hacen que la película deje de pertenecer al género del terror, transformándose en un puñado de risas por parte de los espectadores que la estén viendo.
Durante los casi 100 minutos de duración, el film no tendrá mucha compañía musical a excepción de los momentos de mayor suspenso como si el soundtrack fuese una suerte de cartel anunciante. De igual forma, los planos siguen la misma lógica colocando siempre a los actores a un costado de la pantalla para poner en foco en lo que sucede detrás.
Es así como Harper no genera siquiera el sobresalto de quienes asisten a ver su obra. La película es evidente, forzada, previsible y las actuaciones en ningún momento se destacan. Solamente podría haber sido peor gracias al final abierto que deja el director, dando pie a una futura entrega de la saga que esperemos que por lo menos complazca al público del género, a diferencia de “La dama de negro 2: El ángel de la muerte”.
Calificación:
Trailer:
Fernando D. Hansen
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