Lo nuevo de los hermanos Dardenne tuvo la inusual tarea de imponer la presencia de una película extranjera en una de las categorías principales de los Oscars cuando Marion Cotillard obtuvo su nominación a Mejor Actriz. Bien ganado el reconocimiento, esta película cuenta la historia de Sandra, una mujer de clase trabajadora que cuando vuelve de su licencia descubre que está al borde de perder su trabajo.
Sus jefes extorsionaron a los empleados para que voten: O despiden a uno (justo el que no esté presente), o todos se quedan sin su bono, una especie de aguinaldo europeo. Ella convence a su jefe de repetir la votación, y se encuentra con una difícil tarea; Tiene el fin de semana para ir a ver a sus colegas y convencerlos para que cambien de opinión.
El planteo parece simple, pero son las interpretaciones la que lo vuelven complejo. Sandra acaba de terminar un tratamiento por depresión, y las malas noticias la hacen recaer. Así, vemos su lucha entre dejarse llevar por la desesperación o esforzarse por conservar su trabajo. Tiene momentos en que se desalienta y se bloquea, otros momentos de euforia; en un desafío interpretativo para la actriz. Incluso desde lo físico, basta ver cualquier foto de la actriz para reconocer cómo le cambia la cara al personaje que sufre de depresión.
Lo novedoso, además, es el hecho de retratar una enfermedad psiquiátrica como tal. Cuando estamos acostumbrados a que muchas veces las películas acaben romantizando la depresión, aquí se muestra con una crudeza hiperrealista que resulta impactante para el espectador.
Además, a este realismo ayuda la composición de los planos. El montaje no es tradicional, los planos duran mucho, e incluso algunas veces da la impresión de ser una cámara en mano. Esto no es casual, vemos a través de las cámaras cada movimiento sin cortar por más insignificante que sea, como tender la cama o poner la mesa. De este modo, nos sentimos invitados en su casa, en su auto, y somos testigos directos de la lucha de esta mujer consigo misma y con las circunstancias.
Por otro lado, tampoco se encuentra en un vacío social. Podemos ver su esfuerzo por preservar a sus hijos de la situación y una relación con un esposo amoroso pero desbordado. Este hombre, Manu (Fabrizio Rongione), resulta un punto de equilibrio necesario para el personaje de Sandra, dándole ese empujoncito cada vez que pierde el impulso.
Cada paso en el viaje de Sandra es representado por una persona con la que se encuentra. Cada uno de ellos muestra una postura diferente ante las mismas frases, algunos desde la indignación, otros desde el miedo o incluso la lástima. Componen personajes con los que podemos empatizar y otros que van a caernos muy mal. Es imposible incluso para nosotros como público ser indiferentes y no pensar qué haríamos en el lugar de cada uno.
Aunque es una película relativamente corta, no le falta nada para ser una obra perfectamente acabada. Sin embargo, puede ser difícil para el espectador acostumbrarse a que el montaje refleje una lentitud visual. Tampoco tenemos música ambiental, sino que oímos lo mismo que los personajes. Pero superado este obstáculo, se convierte en una imperdible obra de arte sobre la condición humana, la solidaridad, la negociación y la familia.
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