Hace aproximadamente 3 minutos terminé de ver el episodio 13 de la segunda temporada de «Orange Is The New Black», otro de los títulos originales de Netflix. Sin ser la mejor serie de la ¿compañía? (no me suena decirle «cadena» porque desde lo formal, no lo es, no es una network tradicional) tiene mucho de lo cual vale la pena hablar.
En su momento escribí varias cosas sobra la temporada uno que nada tenían que ver con las cosas que observaban otros. Toda esa genialidad de crítica al sistema y ese acierto en mostrar la vida en prisión con una sonrisa, partiendo desde la libre adaptación de una historia real. ¿Todo eso? No lo vi. Vi atisbos en esta segunda, sin que me pareciera wow qué mordaz, qué punzante.
Tal vez la intención de OITNB no sea la crítica despiadada a lo quebrado del sistema carcelario norteamericano, lo más probable es que sea un efecto secundario. Pero si la intención no es esa, ni el por qué de la criminalización de mujeres que en un primer momento fueron o son víctimas o cómo afecta al sistema penal la malversación de fondos por parte de funcionarios, no entiendo bien qué es lo que nos quieren contar. Extrañamente, comprendo más el cómo que el qué.
OITNB funciona porque es ágil, está bien actuada y tiene personajes secundarios que resultan muchísimo mas interesantes que la protagonista principal. Al mantener la estructura de flashbacks con pinceladas de la vida de otras reclusas que tal vez no son las que están en el centro de la escena, la serie ganó mucho. Durante la temporada anterior, esa elección narrativa se mantuvo hasta el episodio 7: cada episodio mostrarba flashes de lo que era la vida de las presas hasta que las atraparon, el por qué tanto de la pérdida de la libertad como del proceso que las llevó a eso, a Litchfield, una prisión de mínima seguridad en las afueras de New York. Al pasar a tener -aún más- protagonismo la historia de la desabrida Piper Chapman (Taylor Schilling), todo se descalabró. No resultaba interesante ver a la niña bien fabricante de jabones y ex mula-por-amor quejarse de todo. No resultaba interesante su falta de iniciativa ni su lloriqueo por no saber si era gay o hétero ni tampoco su prometido Larry (Jason Biggs), un tipo que no sabe más que mirarse el ombligo y hacer del mi-me-yo un arte.
Estos 13 episodios de 2014 estrenados el pasado 6 de junio fueron mucho más parejos. No tan divertidos, más sexuales y ácidos, con personajes que se definieron más que por si mismos, por oposición a otros. Incorporar a la historia a Vee (Lorraine Toussaint), una dealer de barrio que supo ser la pseudo-mamá de Taystee (Danielle Brooks) sumó por todo lo que restó la aparición de Soso (Kimiko Glenn), activista ecológica sin mucho cerebro y la falta de minutos en pantalla de Alex (Laura Preppon). Sumó ver la constante y continua necesidad de pertenecer que todos tenemos, aunque sea en un ámbito en el que lo más probable es que encontremos gente de una calaña dudosa, pero como ante el hambre no hay pan duro, bueno… Las chicas negras, que de toda la serie son las que peor la han pasado en su niñez (porque es de las que más registro tenemos), se alzan como las más capas al tener a una referente que no solo se caga en todos los códigos habidos y por haber en nombre de la «familia», sino que no duda en bajar el pulgar a lo emperador romano si existe al menos la sospecha que su negocio está en peligro.
Un acierto fue, a nivel narrativo, contarnos más de aquellas inmates que la temporada pasada fueron más fondo y menos centro, como Crazy Eyes (Uzo Aduba), la hermana Ingalls (Beth Fowler) o Rosa (Barbara Rosenblat) la ladrona de bancos a la que poco le queda de vida al sufrir un cáncer fulminante. Incluso el pase a segundo plano de Pennsatucky (Taryn Manning) y el brillo del oficial Healy (Michael J. Harney), que recuerda que antes era bueno en su trabajo como consejero. Todos, absolutamente todos ellas terminan siendo un universo gigante al lado de ese mini planetita que es Piper.
Lo que no termino de entender es el por qué de la constante autocorrección del universo carcelario de OITNB. Aquí es donde retomo lo que dije más arriba sobre las pretensiones de crítica social que se quedan a mitad de camino. El mundo no se autocorrige por gracia divina, la justicia no llega sola y no siempre el que tiene razón la tendrá o el inocente será exento de culpa y cargo. En la vida, las cosas pasan y muchas, muchas veces la paga gente que no tiene nada que ver, un perejil o uno que estaba en el lugar equivocado en el momento equivocado. A veces, pagan los culpables, pero no es lo más común de ver. Ahí le pifia OITNB, tanto en esta temporada como en la anterior.
Sin ánimo de tirar spoilers, diré que este final me dejó con ganas de que algo salga mal. No sé qué, pero algo debía quedar en el tacho de las cosas que nunca se arreglan.
Promo de la segunda temporada de #OITNB:
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