La primera incursión como director del aclamado actor especializado en captura de movimiento Andy Serkis, llega a la salas de cine con un drama que relata la vida de Robin Cavendish. Si bien la película presenta un ejemplo de inspiración para muchos, la misma cae en una historia muy acaramelada al punto de volverse cursi. Gran interpretación de Andrew Garfield, que con cada filme se va afirmando como uno de los mejores actores de su generación.
La trama nos hace recorrer la vida de Robin Cavendish, un negociante británico que viaja a África para dedicarse a la compra y venta de té junto a su esposa. Con 28 años de edad le es diagnosticado polio mientras vivía en Kenia, situación que le hace sufrir una parálisis total de su cuerpo. La enfermedad lo hará caer en una fuerte depresión, pero gracias a los esfuerzos desmedidos de su esposa y al gran apoyo de sus amigos, terminará haciendo frente a su diagnóstico e influenciará un nuevo trato para los pacientes que sufran parálisis similares.
La primera intervención de Andy Serkis como director en solitario –tomando en cuenta que ayudó en la misma labor en la serie “El señor de los anillos”- hace recordar a directores como Sydney Pollack o Anthony Minghella, que abusaban de la elegancia y la delicadeza en sus escenas para provocar un ambiente más dramático en sus filmes. Lamentablemente, la película abusa de secuencias largas y momentos que no suman a la trama que provoca aburrimiento. En todo caso, el guión de William Nicholson logra mantener inmerso a las personas hasta el final.
El elenco tiene dos protagonistas que son el alma de la película. Por un lado, Andrew Garfield en el rol de Cavendish es brillante. Gran parte de su trabajo se basa en los gestos faciales y es por ello que logra con credibilidad expresar sus sentimientos. Por otro lado, Claire Foy en el papel de la esposa brinda la actuación que sirve de soporte en la historia, e incluso se roba la atención en varias escenas. El resto del elenco cumple con su funcionalidad, aunque no hay nadie que consiga explotar sus momentos frente a la cámara.
“Una razón para vivir” es una película emotiva que cae en una serie de cursilerías que hace perder el foco de la gravedad del asunto tratado. Si bien las actuaciones tienen la fuerza suficiente para levantar la calidad del filme, estas en ocasiones sufren por el tono de la narración. La última media hora sufre con el cierre de la historia, en la cual trata de varias maneras de provocar llanto en los espectadores, pero no hace más que quitarle la emoción. Una producción que en unos años estará destinada a ser parte de la grilla de los canales abiertos de televisión durante los fines de semana.
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